7>>EL “LAVADO DE CEREBRO” Y EL SOCIO OCULTO










¿Cómo es que empezamos a fumar al principio, y por qué?


 Para entender esta cuestión tienes que conocer el efecto poderoso de la mente subconsciente, lo que llamo “el socio oculto”.


Todos tendemos a creer que somos seres humanos inteligentes y dominantes, que controlamos el transcurso de nuestro destino. La realidad es que el 99% de nuestro ser es pre-formado. Somos sencillamente unos productos de la sociedad en la que hemos sido criados. Esto dicta el tipo de ropa que llevamos, las casas en las que vivimos, el patrón básico de nuestra vida. Incluso crea las opiniones que nos dividen en grupos —por ejemplo si es mejor un gobierno de izquierda o uno de derecha. El hecho de que sea la clase obrera la que apoya al primero y las clases medias y altas las que apoyan al segundo no es mera coincidencia. El subconsciente es una influencia extremadamente poderosa en nuestras vidas, y puede engañar a millones de personas no sólo en cuestiones de opinión, sino en cuestiones de hechos concretos. Antes de que la expedición de Magallanes diera la vuelta al mundo, la inmensa mayoría de las personas sabía que la tierra era plana. Hoy sabemos que es redonda. Si yo escribiera una docena de libros para convencerte de que es plana, no me creerías, pero 


¿cuántos hemos salido al espacio para ver que es como una pelota?


 Aunque hayas dado la vuelta al mundo tú mismo,
 ¿cómo sabes que no ibas en círculo sobre una superficie plana?










Los agentes de publicidad saben muy bien cuál es el poder de la sugestión sobre el subconsciente. De ahí los enormes carteles que machacan al fumador mientras conduce, los anuncios en todas las revistas. ¿Crees que es dinero tirado al aire, que no te haría comprar tabaco?. Estás equivocado. Pruébalo tú mismo. La próxima vez que entres en un bar un día de mucho frío y tu compañero te pregunte qué quieres tomar, en lugar de decir “un coñac” (o lo que sea) di “¿sabes lo que me apetece hoy? Esa sensación de calor reconfortante que da el coñac”. Verás que incluso las personas a las que no les gusta el coñac se tomarán una copa contigo.


Desde nuestra más tierna infancia recibimos a través del subconsciente un bombardeo diario de información que nos dice que el tabaco nos relajará, nos dará valor y confianza en nosotros mismos, y que el placer más apreciado del planeta es un cigarrillo. ¿Crees que exagero?. Cuando ves en una película, en una obra de teatro o en la televisión una escena en la que una persona está a punto de ser fusilado, ¿cuál es la última gracia?. Sí señor, un pitillo. El efecto de este golpe no se siente en el consciente, pero el socio oculto tiene tiempo para asimilarlo. El contenido real del mensaje es: “Cuando yo muera, mi último pensamiento, mi última acción será lo que más valor tiene en la vida: fumarme un cigarrillo”. En las películas de guerra, al héroe herido siempre le dan un cigarrillo.





¿Crees que es distinto hoy día? 
No. El bombardeo de las vallas publicitarias y de los anuncios en las revistas afecta a nuestros hijos exactamente de la misma manera. Se supone que la publicidad del tabaco está prohibida en la televisión, pero en las horas de mayor audiencia podemos ver a personajes de primera fila tragando humo: entrevistadores y entrevistados, políticos, artistas, intelectuales... En Inglaterra las empresas tabaqueras promocionan programas en los que se ven jugadores de billar o de dardos, todos con un cigarrillo en la boca mientras juegan. Esto es la tendencia más peligrosa de todas, la conexión en los anuncios entre el fumar y el deporte, o entre el fumar y “ser alguien”.


 ¿Los coches de Fórmula-1 llevan nombres de marcas de cigarrillos, o es al revés? He visto un anuncio en la televisión (no anunciaba tabaco) en el que se ve una pareja desnuda en la cama, compartiendo un cigarrillo después del acto sexual. Las implicaciones son obvias. Son realmente admirables los anunciantes de unos puritos en Inglaterra. No son sus motivos lo que son admirables, pero sí la brillantez de su campaña: se ve a un hombre a punto de morir o en el borde de la catástrofe: su globo arde y va a estrellarse, o su moto va a caer al río, o es Colón y su barco está a punto de caer por el borde de la tierra. No se habla ni una palabra; se oye una música suave, y el tipo enciende un purito; en su rostro vemos una expresión de la más absoluta felicidad. Conscientemente, nuestra mente a lo mejor ni se da cuenta de que estamos viendo el anuncio, pero el “socio oculto” está digiriendo pacientemente las implicaciones.




Es verdad que hay publicidad en contra.
 Las cifras atemorizantes de cáncer, las piernas que tienen que amputarse por trombosis masivas, las campañas en contra del mal aliento; pero son insuficientes para convencer a los fumadores de que deben dejarlo. Lógicamente tendrían que convencerles, pero no lo hacen. Ni siquiera consiguen que los jóvenes no empiecen. Durante todos aquellos años de fumador, yo creía sinceramente que si hubiera sabido cuáles son las conexiones entre el fumar y el cáncer de pulmón, nunca hubiera empezado. Pero el caso es que todo este miedo a perder la salud no cambia para nada las cosas. La trampa es la misma hoy que hace quinientos años cuando los Conquistadores de las Américas cayeron en ella. Las campañas contra el tabaco sólo parecen aumentar la confusión. El mismo producto, envuelto en esos paquetes de colorido atractivo y reluciente, lleva una advertencia sombría en un lado. 




¿Qué fumador lee la advertencia? 
Más aún, ¿qué fumador se para y piensa seriamente en las consecuencias para su salud?.
Estoy convencido de que una marca de cigarrillos está aprovechándose de la misma advertencia gubernamental en el diseño de sus anuncios. Muchos de éstos contienen elementos que infunden temor, como arañas, libélulas, y flores carnívoras. En el mismo anuncio imprimen la advertencia oficial en letras tan grandes que el fumador ya no puede evitarla. El momento de miedo que el anuncio produce en el fumador se asocia con aquel paquete dorado y reluciente: el fumador está esclavizado.


La fuerza más poderosa en este proceso de “lavado de cerebro” es, irónicamente, el mismo fumador. No es cierto que los fumadores son personas de poca voluntad y cuerpo endeble. Tienes que ser una persona fuerte para que no te mate el veneno.


Esta es una de las razones por las cuales los fumadores se niegan a aceptar el enorme cuerpo de estadísticas que demuestran que el tabaco te destroza la salud. Todo el mundo tiene un tío Luis que fumaba dos paquetes diarios, nunca estuvo enfermo en toda su vida, y vivió hasta los ochenta años. Ni siquiera se admite la existencia de los miles de personas cuyas vidas fueron segadas antes de tiempo; ni siquiera se admite la posibilidad de que el famoso tío Luis podría haber vivido diez años más, podría estar vivo hoy.






Si haces un pequeño estudio entre tus propios amigos y conocidos, verás que los fumadores normalmente son personas de mucha voluntad. Incluyen a muchos trabajadores autónomos, ejecutivos de empresa, médicos, abogados, policías, profesores, vendedores, enfermeras, secretarias, amas de casa con niños pequeños, etc. Lo que tienen en común todos estos grupos es la cantidad de estrés que hay en su vida. Los fumadores creen erróneamente que el tabaco alivia el estrés, y que se asocia con un tipo dominante de persona. Es, precisamente, el tipo dominante que lleva una vida de estrés y de responsabilidad, y que cae en la trampa. A su vez, ellos son personas socialmente admirables, y los demás tendemos a copiar su comportamiento. Círculo cerrado. Hay otro grupo de personas que se enganchan con facilidad: los que están en puestos de trabajo aburrido, porque creen que el fumar alivia el aburrimiento. Desgraciadamente, esto también es una ilusión.


Este “lavado de cerebro” llega a unos extremos insospechados. Como sociedad nos preocupa mucho la incidencia de fenómenos como el inhalar pegamento, o la adicción a la heroína. Menos de diez personas mueren al año en este país por inhalar pegamento, y la muerte sólo se lleva al año a un centenar de heroinómanos.


Mientras tanto, hay otra droga, la nicotina, con la cual el 60% de la población hemos estado en algún momento enganchados, y que les cuesta un dineral a los que siguen enganchados. Mucha gente se gasta casi todo su dinero “extra” en tabaco, y cada año el hierbajo destroza cientos de miles de vidas. Es la enfermedad número uno en el mundo entero en cuanto a número de víctimas mortales, muy por encima de los accidentes de carretera, los incendios, etc.


¿Por qué nos horrorizan tanto cosas como el inhalar pegamento o el inyectarse heroína, mientras que hasta hace pocos años era perfectamente aceptable una droga que representa un gasto muy respetable para un trabajador medio y que actualmente está matando a miles de personas? Últimamente se ha visto como el fumar ha perdido algo de su aceptación social, pero el tabaco sigue siendo una droga legal que puede dañar seriamente la salud, que se vende en todos los bares, quioscos, estancos, restaurantes, pubs y supermercados del país, y cuyo principal promotor es nuestro propio gobierno. 


Tienes que empezar a construir un sistema de defensa contra este “lavado de cerebro”. Imagínate que estás hablando con un vendedor de coches de segunda mano, que te quiere vender uno: tú le vas diciendo que sí a todo, pero interiormente no te crees ni una palabra de lo que dice.


Empieza a mirar esos paquetes tan atractivos con otros ojos, que vean la porquería y la miseria que encierran. No te dejes engañar con los ceniceros de cristal tallado o con los mecheros de oro, o por los millones de personas que se han tragado el anzuelo. Empieza a preguntarte a ti mismo:


¿Por qué lo hago?
¿Es realmente necesario?




POR SUPUESTO NO LO ES.
Para mí, todo lo relacionado con este “lavado de cerebro” es lo más difícil de explicar. ¿Cómo es que un ser humano inteligente y racional puede volverse tan imbécil cuando se trata de su propia adicción? Me duele tener que confesar que, el más imbécil de todos había sido yo.
Yo no sólo llegué a fumar 100 cigarrillos diarios, sino que había visto el ejemplo en mi padre. Él era un hombre fuerte, que murió prematuramente por fumar. Me acuerdo de verlo cuando yo era niño, de cómo tosía y se ahogaba cuando se levantaba por la mañana. Se veía claramente que no disfrutaba de ello, y yo estaba convencido de que estaba poseído por alguna fuerza nefasta. Recuerdo como yo decía a mi madre «No permitas nunca que yo sea fumador».


A la edad de 15 años yo era un gran aficionado al deporte. Vivía para el deporte, y estaba lleno de valor y de confianza en mí mismo. Si alguien me hubiera dicho entonces que un día llegaría a fumar cinco paquetes diarios, hubiera estado dispuesto a apostar todas las ganancias de mi vida a que jamás ocurriría.


Cuando tenía 40 años era un auténtico “yonqui” del tabaco. Había llegado a una situación en la que era incapaz de hacer las cosas más simples de este mundo sin encender un pitillo. Para la mayoría de los fumadores, los momentos de mayor necesidad son aquellos en los que hay un elemento de estrés, como cuando tienes que contestar al teléfono o en las reuniones. Yo ni siquiera podía cambiar el canal de la televisión o ponerme en la cola del autobús sin encender un pitillo.


Sabía que me estaba matando; era imposible pretender que no era así, pero no entiendo como no me di cuenta de lo que me estaba haciendo mentalmente. Y saltaba a la vista, desde luego. Lo más absurdo era que la mayoría de los fumadores cree (erróneamente) en algún momento que les gusta fumar. Yo nunca padecí esa ilusión. Yo fumaba porque creía que me ayudaba a concentrarme, que me tranquilizaba, etc. Ahora que soy ex fumador resulta difícil creer que aquellas cosas realmente ocurrieran. Es un poco como despertarse después de una pesadilla: se ha acabado, pero no te puedes creer cómo pudo ser tan real. Después de todo es una droga, y todos tus sentidos, hasta el sabor de la comida, están afectados. Lo peor no es cómo te destroza la salud o que te vacíe los bolsillos; lo peor es la forma en que te trastorna mentalmente. Lo único que buscas es cualquier excusa que parezca razonable para seguir fumando, y cierras los ojos ante todo lo demás.


Me acuerdo de una época en que me dediqué a fumar en pipa después de un intento fallido de dejar los cigarrillos, creyendo que me haría menos daño y que podría reducir mi consumo total.


Algunos tabacos de pipa son realmente repulsivos. El aroma puede ser agradable, pero al principio son horribles de fumar. Me acuerdo que durante unos tres meses tenía la punta de la lengua totalmente abrasada. Se forma una especie de sustancia aceitosa marrón al fondo de la cazuela. A veces, sin darte cuenta, la cazuela se te sube por encima de la horizontal, y de repente te encuentras con que te has tragado una buena cantidad de esa porquería. La reacción normal en estas circunstancias es vomitar, estés con quien estés.


Tardé unos tres meses en aprender a manejar la pipa, pero lo que no entiendo es por qué durante todo ese tiempo no me puse seriamente a preguntarme por qué me estaba sometiendo a semejante tortura.


Por supuesto, una vez que has aprendido a manejar la pipa, pareces el hombre más contento del mundo, y casi todos los fumadores de pipa están convencidos de que fuman porque disfrutan de la pipa. ¿Por qué entonces tuvieron que sufrir tanto para aprender a hacer algo que no echaban de menos antes?


La respuesta a esta pregunta es que el “lavado de cerebro” es total cuando estás enganchado con la nicotina.  El subconsciente sabe que hay que darle de comer al monstruito, y te cierra la mente a todo lo demás. Ya he dicho que lo que hace que la gente siga fumando es el miedo: miedo ante esa sensación de vacío e inseguridad que se apodera de ti cuando dejas de recibir tus dosis de nicotina. El hecho de que no te des cuenta de ello no quiere decir que no exista. No tienes por qué comprenderlo, de la misma manera que un gato no tiene por qué comprender el funcionamiento de tu sistema de calefacción o por qué hay tubos de agua caliente debajo del suelo; el gato sólo sabe que cuando se sienta en ciertos sitios recibe una sensación de calor.


El “lavado de cerebro” es el principal obstáculo para que el que quiere dejar de fumar. Es el “lavado de cerebro” producido por la sociedad en la que vivimos, reforzado por nuestra propia adicción a la nicotina, y, lo que es peor, aumentado por la influencia de nuestros amigos, compañeros y familiares.


Lo que nos empuja a fumar en un principio es el hecho de que otros fuman. No queremos ser menos. Nos cuesta bastante trabajo acostumbrarnos, y nunca encontramos qué era lo que nos habíamos estado perdiendo. Pero cada vez que vemos a otro fumador, él nos asegura que debe tener algo bueno, que si no fuera así no lo haríamos. Incluso cuando has conseguido dejarlo, te puedes encontrar en una fiesta, una reunión navideña, o cualquier otro momento de convivencia social alegre, y cuando el fumador que tienes al lado enciende un cigarrillo te sientes privado de algo. Entonces piensas que no pasará nada por fumarte sólo uno, y de repente te encuentras enganchado de nuevo.


Este “lavado de cerebro” es muy poderoso, y tienes que darte cuenta de cuáles son sus efectos. Yo me acuerdo de un programa de radio que fue muy popular en Inglaterra hace muchos años, cuando yo era un jovenzuelo: las historias del detective Paul Temple. En uno de los episodios había unos malvados fabricantes de cigarrillos que mezclaban marihuana con el tabaco, consiguiendo así que los fumadores se volvieran adictos a la “hierba”, lo cual hacía que aumentaran las ventas de los cigarrillos. Todos quedamos horrorizados ante tal ejemplo de maldad y engaño del público inocente. Pues ahora resulta que muchos de los fumadores que he ayudado confiesan haber probado la “hierba”, y ninguno dice que produce adicción. Y aunque hoy estoy bastante convencido de que esto es cierto, el horror que me produjo aquel programa de radio me impediría siempre probar la marihuana. 


¡Que irónico todavía es el hecho de que gastamos millones de dólares en buscar un remedio para el cáncer, y muchos millones más en convencer a los jóvenes sanos y fuertes que lo que deben hacer es engancharse con esta porquería de tabaco; y que sea nuestro propio gobierno el más interesado en que las cosas sigan así!




Vamos a empezar a eliminar el “lavado de cerebro”. 
Al no fumador no se le priva de nada; al fumador sí que se le priva, de toda una vida de:



  • SALUD
  • ENERGÍA
  • DINERO
  • TRANQUILIDAD
  • CONFIANZA
  • VALOR
  • AMOR PROPIO
  • FELICIDAD



¿Y qué es lo que recibe a cambio de este enorme sacrificio?
 ¡NADA EN ABSOLUTO!


SÓLO TIENE LA FALSA ILUSIÓN DE INTENTAR RECOBRAR EL ESTADO DE PAZ, TRANQUILIDAD Y CONFIANZA EN SÍ MISMO DEL QUE EL NO FUMADOR DISFRUTA SIEMPRE.







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1 comentario:

LOBOSALVAJE dijo...

Hay muy pocas personas en el Mundo tan inteligentes y sabias como usted.

Has Avanzado en Tu Meta de Dejar de Fumar???