14>>LA ESCLAVITUD AUTOIMPUESTA






Yo no soy un Esclavo!!!!!!!
eso terminó hace Años





Cuando un fumador trata de dejarlo, las razones más frecuentes son la salud, el dinero y el estigma social. Pero una parte del “lavado de cerebro” de esta horrible droga es la pura esclavitud que impone.


En el siglo pasado hubo una dura lucha para abolir la esclavitud, pero el fumador se pasa la vida en un estado de esclavitud autoimpuesta. No parece darse cuenta de que cuando se le permite fumar desearía ser un no fumador. No sólo no disfrutamos de la mayor parte de los cigarrillos que fumamos; ni siquiera nos damos cuenta de que los fumamos. Únicamente después de un periodo de abstinencia podemos creer que disfrutamos de algún cigarrillo, por ejemplo el primero de la mañana o el de después de comer.




El cigarrillo sólo tiene cierto valor cuando intentamos reducir el consumo o dejarlo por completo, o cuando la sociedad nos obliga a la abstinencia, por ejemplo en las iglesias, en los hospitales, en los supermercados o en el cine.


El fumador confirmado debe hacerse cargo de que esta tendencia a la prohibición de fumar irá a más, no a menos. Hoy son las aulas de la universidad, mañana serán todos los lugares públicos.


Ya pasaron aquellos tiempos en que el fumador podía entrar en casa de un amigo o de un desconocido y preguntar: “¿Os importa que fume?” Hoy en día el pobre fumador, al entrar en una casa ajena, mirará desesperadamente a ver si hay ceniceros y si contienen colillas. Si no ve ningún cenicero tratará de aguantare, y si esto resulta imposible pedirá permiso para fumar. Se le contesta con cada vez más frecuencia: “Bueno, puedes fumar si no hay más remedio” o bien “Preferiríamos que no fumases. El olor tarda tanto en irse después”. El desgraciado fumador, que ya se sentía miserable, lo único que querría es que se abriese la tierra y lo tragase.


Me acuerdo que cuando fumaba, cada vez que iba a la iglesia me pasaba lo mismo. Incluso en la boda de mi hija, cuando tenía que haberme comportado como el clásico padre orgulloso. ¿Y qué hacía? Pensaba: “A ver si acabamos esto, y podemos salir a fumarnos un cigarrito”.




Te ayudará si observas a los fumadores en estas ocasiones. Forman corrillos. Nunca sale un paquete solo. Siempre se sacan una docena de paquetes, y la conversación es siempre la misma:
—“¿Fumas?”.
—“Sí, pero oye, fúmate uno de estos”.
—“Me fumaré uno de los tuyos luego”.


Se los encienden y aspiran el humo hasta el fondo de los pulmones, mientras piensan: “Qué suerte tenemos. Nosotros tenemos este premio, y el pobre no fumador no tiene ninguno”.


Ni falta le hace al pobre no fumador. Nuestro cuerpo no fue diseñado para ir envenenándose sistemáticamente durante toda su vida. Y lo más patético es que incluso mientras fuma, el fumador no alcanza esa sensación de paz, confianza y tranquilidad de la que el no fumador ha disfrutado toda su vida.


También me acuerdo de cuando jugaba a los bolos en terreno cubierto en invierno. Estaba prohibido fumar en el recinto, y con la excusa de tener que ir al WC me escapaba de vez en cuando a tomarme unas fumadas en secreto en los lavabos. Y no era ningún chaval de 14 años, sino un respetado Censor Jurado de Cuentas de 40 años. ¡Qué triste espectáculo! E incluso mientras jugaba, no disfrutaba del juego. Estaba siempre deseando que acabara para que pudiera volver a fumar. Y esto era mi manera de relajarme y de disfrutar de mi hobby preferido.


Para mí, uno de los mayores placeres de ser no fumador es la sensación de ser libre de esa esclavitud, y el poder disfrutar de todas las cosas de la vida, en lugar de estar la mitad del tiempo aguantándome sin fumar para luego, cuando puedes encender un cigarrillo, estar deseando no tener que hacerlo.





Los fumadores tienen que darse cuenta de que cuando no pueden fumar en casa de un no fumador, no es el no fumador quien le priva de un derecho, sino el “monstruito” que les priva de la capacidad de vivir plenamente.








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