20>>LA FUERZA DE VOLUNTAD COMO MÉTODO PARA DEJAR DE FUMAR





En nuestra sociedad todos están de 
acuerdo en que es muy difícil dejar de fumar. 


Los mismos libros que te ofrecen consejos para ayudarte empiezan diciendo que lo vas a encontrar difícil. La verdad es que es absurdamente fácil. Comprendo que dudes de la veracidad de esta aseveración, pero vamos a considerarla detenidamente.


""Si tu objetivo es correr la milla en menos de 4 minutos, eso sí que es difícil""



 Tendrás que soportar varios años de duros entrenamientos y, aún así, puede que no reúnas las condiciones físicas para conseguirlo. (Mucho de eso es psicológico también. Resulta curioso ver cómo la milla de 4 minutos parecía una barrera infranqueable hasta que Roger Banister lo consiguió a principios de los setenta. (Ahora hay mucho corredores capaces de hacerlo).



Pero para dejar de fumar lo único que tienes que hacer es no fumar más
 Nadie te obliga a fumar (excepto tú mismo) y no es como los alimentos o las bebidas: 
no lo necesitas para sobrevivir


Entonces, si quieres dejar de hacerlo, ¿por qué habría de resultar tan difícil? Es que no lo es. Son los mismos fumadores los que lo hacen difícil cuando usan lo que yo llamo el Método de la Fuerza de Voluntad. Yo defino el Método de la Fuerza de Voluntad como cualquier método en el que el fumador cree que hace algún tipo de sacrificio.




 Vamos a considerar
 el Método de la Fuerza de Voluntad
Nosotros no decidimos hacernos fumadores. Simplemente probamos unos cuantos cigarrillos, y como saben fatal, fumamos esos primeros cigarrillos en los momentos en que queremos fumarlos, para sentirnos integrados en la compañía o en la sociedad que nos rodea.
De repente nos damos cuenta de que los estamos comprando con regularidad y que ya no fumamos cuando queremos; ahora somos fumadores habituales.
Solemos tardar bastante tiempo en darnos cuenta de que estamos enganchados, porque tenemos la ilusión de que los fumadores fuman porque les gusta, no porque están adictos, y aunque nos gusten los cigarrillos (eso no ocurre nunca) creemos erróneamente que los podemos dejar cuando queramos.




Solemos darnos cuenta de que existe un problema la primera vez que tratamos de dejar de fumar. Estos primeros intentos suelen hacerse mientras todavía somos jóvenes y tienen su origen en la falta de dinero (la pareja que ahorra para montarse una casa, y que no quiere malgastar dinero en tabaco) o en la preocupación por la salud (el chico joven que todavía hace deporte y que no respira como antes). Sea cual sea el motivo, el fumador siempre espera un momento de estrés (preocupación por el dinero o por la salud) para dejar de fumar. En cuanto lo deja, el monstruito reclama alimento. Entonces el fumador necesita un cigarrillo, y si no puede su nerviosismo aumenta. 


El producto que suele tomar para aliviar el estrés ya no está disponible, y el fumador sufre un triple golpe. Después de un corto periodo de tortura, suele llegar a un compromiso: “Seguiré fumando, pero menos”, “He elegido un mal momento”, “Me esperaré a que tenga menos preocupaciones”. Una vez que hayan desaparecido las preocupaciones, también desaparecen los motivos que le empujaban a dejar de fumar, y no vuelve a pensar en ello hasta que lleguen nuevas preocupaciones. Nunca llega el momento idóneo, porque el estrés no suele disminuir a lo largo de la vida; suele aumentar. Salimos de la protección del hogar de nuestros padres y entramos en un mundo en el que hay que montarse una casa, conseguir una hipoteca, tener hijos y más responsabilidad en el trabajo. Menos puede disminuir el estrés en la vida de un fumador, porque gran parte de su estrés es producido por el tabaco. Conforme aumenta su dosis diaria de nicotina, más nervioso se siente, y mayor parece ser su dependencia.


Después de un primer fracaso, el fumador suele confiar ciegamente en la posibilidad de que se despierte un buen día sin ganas de fumar. La llama de esta esperanza es avivada por comentarios que él oye: “Tuve la gripe, y se me fueron las ganas de fumar”.


No te engañes. He investigado muchas historias de esas, y nunca son tan sencillas como parecen. Lo que suele ocurrir es que el fumador se había estado preparando para dejar de fumar antes de tener la gripe, y ésta sólo le sirvió de espoleta final. Yo estuve 25 años esperando despertarme un día sin ganas de fumar, y que nunca más fumara. Pero cada vez que tenía alguna molestia en los pulmones, estaba deseando que acabara pronto porque interfería con fumar.




Con frecuencia las personas dejan de fumar ASÍ, SIN MÁS, después de algún tipo de trauma. A lo mejor algún pariente ha muerto de una enfermedad relacionada con el tabaco, o el mismo fumador se ha hecho un chequeo y se ha asustado. Pero para él, es mucho más fácil decir “Nada, un día decidí dejarlo, y hasta hoy. Yo soy así”. No te dejes engañar. No se irán las ganas de fumar si no tomas cartas en el asunto tú mismo.


Vamos a ver con más detalle  por qué 
el Método  de la Fuerza de Voluntad es tan difícil


 Durante casi todo el tiempo, nuestra actitud es la de esconder la cabeza. Muy de vez en cuando ocurre algo que nos empuja a dejarlo. Puede ser algo relacionado con la salud, con el dinero, o con el estigma social, o simplemente que hemos pasado una racha en la que hemos fumado “más de la cuenta” y nos hemos dado cuenta de que no nos gusta después de todo.
Sea cual sea el motivo, abrimos los ojos y empezamos a sopesar los argumentos a favor y en contra. Nos encontramos con algo que hemos sabido toda la vida; que la única respuesta razonable es DEJAR DE FUMAR.




Si nos sentáramos tranquilamente y valoráramos las ventajas de no fumar sobre una puntuación máxima de diez, y luego hiciéramos lo mismo con una lista de las ventajas de fumar, el “no fumar” ganaría por kilómetros.


Sin embargo, el fumador que sabe que estará mejor sin fumar sigue creyendo que tendrá que hacer algún tipo de sacrificio. Esto es ilusorio, pero una ilusión muy poderosa. El fumador no sabe por qué, pero cree que tanto en los momentos malos de la vida como en los buenos, el tabaco parece ayudarle de alguna manera.


Antes de dejar el tabaco, está influenciado por el “lavado de cerebro” de la sociedad, reforzado por el “lavado de cerebro” de su propia adicción. Ahora se le añade otro “lavado de cerebro”, el de “¡Qué difícil va a ser dejarlo!”.


Nuestro fumador sabe de otros fumadores que lo dejaron hace muchos meses y que todavía tienen que hacer un gran esfuerzo para no fumar. También están los quejumbrosos permanentes —aquellos que lo dejan y luego se pasan el resto de la vida diciendo que lo que más les apetece es un cigarrillo. Nuestro fumador también sabe de casos en los que alguien lo dejó hace muchos años y parecía ser feliz, y luego se fuma un solo cigarrillo, se engancha otra vez, y ya no puede parar. Posiblemente conozca algunos fumadores en avanzado estado de decrepitud, que se están destruyendo visiblemente, que evidentemente no disfrutan del tabaco —pero que siguen fumando. Además, es probable que conozca algo de todo esto en su propia carne.


Entonces, en lugar de empezar diciendo “¡Qué bien! ¿Sabes qué? Ya no tengo que fumar”, empieza con una sensación de desesperación y de temor, como si tuviera que escalar el Everest, y cree firmemente que una vez que el monstruito le ha metido la garra, está enganchado de por vida. Muchos fumadores empiezan incluso advirtiendo a sus familiares y amigos: “Mirad, voy a intentar dejar de fumar. Lo más probable es que durante unas semanas esté bastante insufrible; intentad comprenderlo”. La mayoría de los intentos está destinada al fracaso antes de empezar.


Vamos a suponer que el 
fumador aguanta unos días sin fumar 
Las breas van desapareciendo de sus pulmones. No ha comprado tabaco y, por tanto, tiene más dinero en el bolsillo. Entonces, los motivos que le empujaron a dejarlo también empiezan a desaparecer. Es como cuando vas en coche y ves un accidente grave; durante un tiempo vas más despacio, pero la próxima vez que ves que vas a llegar tarde a trabajar lo olvidas por completo y vuelves a darle al acelerador.


Al otro extremo de la cuerda está el monstruito que tiene hambre. No hay ningún dolor físico; si fuese un resfriado lo que te produjera la misma sensación, ni siquiera dejarías de trabajar, no le harías caso. Lo único que sabe el fumador es que quiere un cigarrillo. Entonces el pequeño monstruito que tiene en las tripas despierta al gran monstruo que tiene en la mente, y de repente esa persona, que hace unas horas o unos días se hacía una lista de las ventajas de no fumar, ahora busca desesperadamente cualquier excusa para empezar otra vez. 
Ahora dice cosas como éstas:
0      La vida es demasiado corta; podría haber una guerra nuclear mañana; me podría atropellar un autobús; ya es demasiado tarde, y de todas formas dicen que hoy en día hay miles de cosas que te pueden producir cáncer.


O bien:
0      He elegido un mal momento. Tenía que haber esperado hasta después de Navidad, o hasta después de las vacaciones. Hubiera sido mejor elegir un momento de menos preocupaciones.


O bien:
0      La excusa que me tuvo a mí fumando durante 25 años:
“No me puedo concentrar, me estoy volviendo malhumorado e insoportable. No puedo trabajar como antes. Mis amigos y mis familiares dejarán de quererme. Por el bien de todos, voy a tener que volver a fumar. Soy un fumador confirmado y nunca podré ser feliz sin tabaco”






Este es el momento en que el fumador se suele rendir. Enciende un cigarrillo y la esquizofrenia aumenta. Por un lado tiene el enorme alivio de haber acabado con el deseo de fumar, de poder darle de comer al monstruito, y por otro lado, el cigarrillo sabe fatal (esto si el fumador ha aguantado bastante tiempo) y el fumador cree que lo que falta es fuerza de voluntad


No tiene nada que ver con la fuerza de voluntad 
simplemente ha cambiado de opinión 


y su decisión es perfectamente razonable dada la evidencia: ¿De qué sirve estar sano si estás deprimido? ¿De qué sirve el dinero que te ahorras si sólo te produce depresiones? De nada en absoluto. Mejor tener una vida corta y disfrutarla que vivir más años sin felicidad.


Afortunadamente, no es así, sino justo lo contrario. Se disfruta mucho más de la vida si no fumas, pero estos fueron los argumentos que tuvieron a mí fumando durante 25 años, y debo confesar que si fueran ciertos, todavía fumaría (perdón, ya no estaría aquí).


Los padecimientos del fumador no tienen mucho que ver con la retirada de la droga. Puede ser que el “mono” sea el responsable de iniciar el proceso, pero el verdadero sufrimiento es psicológico, es la duda y la inseguridad. Si el fumador empieza creyendo que va a hacer algún tipo de sacrificio, se sentirá privado de algo —una forma de estrés. Y es precisamente en los momentos de estrés cuando se le dispara el mecanismo en el cerebro que le dice “Fúmate un pitillo”. Entonces, desde el momento en que deja de fumar está deseando un cigarrillo. Pero ahora ya no puede, porque ha dejado el tabaco. Esto lo deprime más todavía, y la nueva depresión le estimula más todavía a fumar.


Otra cosa que lo hace tan difícil es el esperar que ocurra algo. Si tu meta fuera aprobar el examen de conducir, considerarías la meta alcanzada al aprobar. Con el Método de la Fuerza de Voluntad, te dices a ti mismo:


“Si puedo aguantar lo suficiente, 
desaparecerá el deseo de fumar”
¿Y cómo sabes cuando has alcanzado está meta? 


Está claro que nunca lo sabes, porque esperas que ocurra algo y no va a ocurrir nada. Ya ocurrió cuando fumaste ese último cigarrillo, y lo que haces ahora en realidad es esperar a ver cuánto tiempo te vas a aguantar. O sea, cuándo te vas a rendir.


Como ya dije antes, el verdadero tormento sufrido por el fumador es psicológico, producido por la inseguridad. Aunque no hay ningún dolor físico, los efectos son muy poderosos. El fumador se siente desgraciado e inseguro. En lugar de olvidársele el asunto de fumar, le obsesiona.


Pueden pasar días o incluso
 semanas enteras de Negra Depresión
Su mente se llena de dudas y temores:


“¿Cuánto durarán las ansias de fumar?”
“¿Volveré a ser feliz alguna vez?”.
“¿Me podré levantar por las mañanas y afrontar el nuevo día?”
“¿Podré disfrutar alguna vez de la comida?”
“¿Cómo voy a afrontar los problemas diarios?”
“¿Podré disfrutar alguna vez de la compañía de mis amigos?”




El fumador espera que mejoren las cosas, pero mientras dura esta depresión no valora menos el tabaco, sino más.


La realidad es que algo sí ocurre, pero el fumador no se da cuenta de ello. Si aguanta tres semanas sin absorber nada de nicotina, la adicción física desaparece, pero el síndrome de abstinencia del tabaco es tan suave que el fumador ni se entera. Después de unas tres semanas tiene la sensación de “haber ganado”, enciende un cigarrillo para demostrarlo, y ya está; demostrado. Sabe fatal, y produce una sensación de calorcillo reconfortante. Pero ya se ha introducido una dosis de nicotina en el cuerpo, y en cuanto se apaga ese cigarrillo el cuerpo empieza a expeler la droga. Entonces se oye una pequeña voz  que desde las oscuridades de la mente dice, “Ahora quieres otro”. El fumador había en efecto vencido a la droga, pero se ha vuelto a enganchar.


Los que consiguen dejar de fumar con el Método de la Fuerza de Voluntad suelen encontrar el proceso largo y difícil, porque el problema fundamental es el “lavado de cerebro”, y se sigue anhelando el tabaco mucho después de haber eliminado las molestias producidas por la retirada de la droga. Al final, si uno aguanta mucho tiempo, empieza a darse cuenta de que no se va a rendir. Deja de estar deprimido y acepta el hecho de que se vive divinamente sin fumar.


Son muchos los que dejan de fumar con este método, pero su gran dificultad hace que haya más fracasos que éxitos. Incluso los que lo consiguen pasan el resto de su vida en un estado de vulnerabilidad. Se les queda parte del “lavado de cerebro”, y siguen creyendo que hay momentos buenos y malos, en los que el cigarrillo les ayudaría. La mayoría de los no fumadores también piensa así. Ellos también son víctimas del “lavado de cerebro”, pero no fuman porque no logran acostumbrarse o porque les asustan los peligros. Esto explica por qué hay gente que está sin fumar durante largo tiempo y de repente vuelve. 


Suele ocurrir cuando se enfrenta con una situación traumática o (lo más frecuente) en algún momento de alegría social; una boda, una fiesta navideña, cosas así. Muchos ex-fumadores se fuman un cigarrillo de vez en cuando, o quizás un puro, como “golosina”, o para recordar lo mal que saben. Desde luego se acuerdan, pero al mismo tiempo hacen que se dispare el dispositivo mental y esa pequeña voz empieza a decir: “Quieres otro”.


Sí, encienden otro, 
que sigue sabiendo fatal, y dicen:
“¡Qué bien! Si no disfruto con
 ellos no me engancharé


Después de Navidad (o cuando acaben las vacaciones, o cuando terminen estos problemas) lo volveré a dejar”. Demasiado tarde. Ya están enganchados. La misma trampa en la que cayeron en su juventud las ha vuelto a pillar.






No me canso de repetir 

que este hábito no tiene nada  que ver con el 
“Gusto” o el “Disfrute”. 


Nunca tuvo nada que ver. Si fumásemos por gusto, nadie fumaría más de un cigarrillo. Nos hacemos creer que nos gusta porque no podemos admitir que seríamos idiotas si fumásemos algo que no nos gustase. Fumamos para satisfacer el dichoso monstruito... y una vez que hayas echado el pequeño monstruo de tu cuerpo y al gran monstruo de tu cabeza, nunca tendrás ni ganas ni necesidad de fumar. Así de fácil.







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