Como ya expliqué antes, este tema empezó a interesarme debido a mi propia adicción. Cuando finalmente lo dejé fue como algo de magia. En las ocasiones anteriores, cuando había intentado dejarlo, me había supuesto semanas enteras de la más negra depresión. Hubo días en los que estaba relativamente alegre, y al día siguiente la depresión otra vez. Era como intentar salir de un pozo fangoso: veías que estabas cerca del borde, veías la luz del sol, luego te resbalabas y caías otra vez al fondo. Al final tienes que encender un pitillo, sabe fatal, intentas explicarte por qué demonios lo haces.
Una de las preguntas que siempre hago a los fumadores en mi consulta es
“¿quieres dejar de fumar?”.

Dile al fumador más confirmado, es decir, alguien que no lo considera peligroso para la salud, que no está preocupado por el rechazo social, y que tiene dinero suficiente
“¿Animas a tus hijos para que fumen?”,
La respuesta: “DE NINGUNA MANERA”.
Todos los fumadores padecen la sensación de que algo malvado les ha agarrado. Al principio dicen “lo dejaré, pero hoy no. Mañana tampoco. Ya veremos”. Al final llegamos al punto en que creemos que nos falta fuerza de voluntad o que hay algo en nosotros o en el tabaco, algo que tenemos que tener si queremos disfrutar de la vida.
Como ya dije, el problema no está en explicar cómo puede ser fácil dejarlo, sino en explicar por qué la gente se deja enganchar al principio, o cómo fue posible que, no hace mucho, más del 60% de la población fumaba.

También pasamos el resto de la vida rascándonos el bolsillo. El fumador medio (el del paquete diario) se gasta unos USD$26.000 en tabaco a lo largo de su vida, a los precios actuales.
¿Qué es lo que hacemos con ese dinero?
Sería mejor que lo tirásemos por el desagüe. Lo utilizamos para conseguir una sistemática congestión de nuestros pulmones a base de alquitranes cancerígenos, una progresiva obstrucción y envenenamiento de nuestro sistema circulatorio.
Cada día privamos un poco más a nuestros músculos y órganos del oxígeno vital y, por tanto, cada día nuestro letargo es mayor. Nos sentenciamos a una vida de suciedad, mal aliento, dientes ennegrecidos, ropa quemada, ceniceros asquerosos y el olor repulsivo a humo viejo. Es una vida entera de esclavitud.
Pasamos gran parte de nuestra vida en sitios en los que la sociedad impide fumar, como son las iglesias, los hospitales, los colegios, el Metro, los teatros, etc., o en situaciones en las que nosotros mismos estamos intentando reducir nuestro consumo o quitárnoslo por completo, sintiéndonos privados de algo. El resto de nuestra vida fumadora lo pasamos en situaciones en las que nos está permitido fumar, pero en las que preferiríamos no tener que hacerlo.
¿Qué clase de afición es ésta, que cuando lo estás practicando preferirías no estar haciéndolo, y cuando no lo puedes hacer darías lo que fuera por un cigarrillo? Durante la mitad de tu vida, la mitad de la sociedad te trata como si fueras un leproso, y lo que es peor, eres, en otros aspectos, un ser humano inteligente y racional, que pasas por la vida siendo despreciado.
El fumador se desprecia a sí mismo cada vez que sube el precio del tabaco, durante cada Campaña Nacional Contra el Tabaco, cada vez que sin querer lee el aviso en el paquete, cada vez que tiene dificultad para respirar, cada vez que se menciona el mal aliento o el cáncer, cada vez que tiene algún dolor en el pecho, cada vez que se encuentra rodeado de no fumadores. Está condenado a llevar una vida amenazada por estas sombras oscuras al fondo de su mente, y
¿qué consigue a cambio?
¡¡NADA EN ABSOLUTO!!
¿Placer?, ¿Disfrute?, ¿Sosiego?, ¿Apoyo?, ¿Inyección de vitalidad?
Todo ilusiones, a menos que consideres un placer el llevar zapatos demasiado estrechos para poder disfrutar del momento en que te los quitas. Como ya he dicho, el verdadero problema es el intentar explicar no sólo por qué los fumadores tienen dificultad para dejarlo, sino también por qué la gente fuma.
Ahora me imagino que me dirás: “Todo está muy bien. Aquí no hay nada nuevo. Pero una vez que te has dejado enganchar por estas porquerías es muy difícil quitártelas. ¿Por qué es tan difícil, y por qué nos vemos obligados a seguir fumando?”.
Los fumadores buscan las respuestas a estas preguntas durante toda su vida. Algunos hablan del fuerte síndrome de abstinencia, producido por la retirada de la nicotina. En realidad estos síntomas son tan leves (ver capítulo 06.) que la mayoría de los fumadores vive y muere sin darse cuenta de que son drogadictos.

Algunos buscan razones psicológicas profundas: “el síndrome de Freud”, “el sustituto del pecho materno”. Pero es justo lo contrario. Normalmente empezamos a fumar para demostrar que somos adultos, que hemos salido de la niñez. Si tuviéramos que llevar un chupete en la boca (el verdadero sustituto del pecho materno) en público, nos moriríamos de la vergüenza.
Otros piensan que es lo contrario, el efecto de “macho”, echando humo y fuego por la nariz. Otro argumento sin fundamento: un cigarrillo encendido metido en la oreja sería todo menos “macho”, y
Algunos dicen,
¿qué macho cometería la estupidez de llenar sus pulmones de alquitranes cancerígenos?
Algunos dicen,
“tiene algo que ver con la forma de ocupar las manos”.
Entonces ¿para qué encenderlo?
“Es la satisfacción de llevar algo en la boca”.
Entonces ¿para qué encenderlo?
“Es la sensación de cómo entra humo en los pulmones”
Una sensación atroz. Se llama asfixia.

La mayoría de los fumadores que se lo piensan en serio, llega a la conclusión de que es un simple hábito. Esto no es una verdadera explicación, pero descontadas todas las explicaciones normales racionales parece ser la única excusa que queda. Desgraciadamente es una explicación igualmente ilógica. Cambiamos de hábitos todos los días, y algunos de ellos proporcionan verdadero placer. Yo sigo teniendo hábitos en el comer que empezaron en mis tiempos de fumador. Ni desayuno ni como: sólo la cena. Sin embargo, cuando me voy de vacaciones mi comida favorita del día es el desayuno. El día que vuelvo a casa, también vuelvo a mis costumbres anteriores sin el menor esfuerzo.
¿Qué tiene este hábito, que sabe fatal, nos mata, nos cuesta un dineral, que es sucio y asqueroso y que estamos deseando dejar, cuando lo único que tenemos que hacer es parar?
¿Por qué es tan difícil?
La respuesta es que no lo es. Una vez que comprendas las verdaderas razones por las que fumas, dejarás de hacerlo —así de sencillo— y al cabo de tres semanas como mucho el único misterio será el por qué habías estado fumando tanto tiempo.
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2 comentarios:
Definitivamente el dejarlo es muy duro, pero el no dejarlo es mas duro. Las consecuencias son muy graves. Hay que escuchar y sentir nuestro cuerpo para darnos cuenta que un dolor el brazo izquierdo, tener tos varias horas al día, agitarnos al hacer algún mínimo esfuerzo físico, no son cosas normales. Saludos.
Tienes Toda la Razon Amigo, es mejor sufrir para dejarlo que sufrir las consecuencias.
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